jueves, 18 de noviembre de 2010

Museo

Unas simples palabras tienen el poder de transformar las personas en espectros, los lugares en niebla y los momentos gratos en recuerdos, pero a pesar de todo es inevitable pronunciarlas en ciertas ocasiones... Es por eso que cuando te das cuenta que se aproximan y estás a punto de pronunciarlas estás tan asustado y ruegas que puedas postergar por unos instantes la despedida, pero finalmente todo pasa a formar parte de aquel museo que solo por ti puede ser visitado.

Ciudadanos Sin Nombre

En la ciudad nunca nombrada no eran extrañas las noches como aquella en la que el aire desprendía un halo de melancolía y misterio, y una densa bruma hacía exigir un profundo escrutinio a todo lo que estuviera a la vista poder delimitar sus contornos.
En tal lugar tampoco era nada extraño aquel grupo de personas que arribó a la ciudad de un momento a otro a altas horas de la madrugada, aunque en cualquier otra metrópolis lo hubiera sido: hombres y mujeres de diversas edades, con oscuros atuendos, mirada cabizbaja y con la espalda inclinada como si llevaran un terrible peso sobre sus hombros solo perceptible por ellos.
Lo cierto es que los individuos de esa extraña congregación tenían un propósito, un único propósito para adentrarse por las calles más oscuras y recónditas sin ser detectados por nadie más, avanzando a paso firme y decidido teniendo completamente claro cuál era su paradero y cómo llegar a éste.
A pesar de que los misteriosos sujetos emprendían el camino a pie y trasladaban sus pesadas cargas invisibles, avanzaban con una velocidad sorprendente y a un ritmo incansable, ignorando toda distracción y siempre pendientes de evitar ser vistos por los andantes nocturnos que deambulaban por las aceras a aquellas confusas horas donde solo los insomnes saben qué ocurre en las aceras. Parecían tener una motivación clara que los impulsaba a seguir.
Para ellos, lo más importante era evitar ser vistos, o su misión terminaría completamente arruinada. Nadie en la ciudad podía enterarse de que aquel grupo de forasteros había puesto sus pies en la ciudad y caminado por las mismas calles por las que los ciudadanos transitaban normalmente.
Con el paso de las horas y sin detenerse ni una vez a tomar aliento finalmente llegaron al lugar al que se dirigían: vislumbraron al frente del parque en que se encontraban refugiados tras los arboles una hilera de casas, en apariencia todas iguales aunque para ellos resultaba sencillo saber exactamente cual puerta debían golpear.
Tras cruzar sigilosamente, todos los individuos de aquella particular congregación se agruparon en torno al umbral de la casa que cada uno había identificado por su cuenta sin necesidad de pensarlo dos veces ni de preguntarle a nadie más.
Uno de ellos llamó de forma discreta hacia el interior de la casa, sin obtener respuesta. Tras algunos otros intentos con iguales resultados, los primeros atisbos de decepción se apoderaron del grupo. A pesar de que debían mantener la discreción, esto no impidió que la impaciencia se apoderara de ese conjunto de personas que nunca había puesto un pie en aquel vecindario pero que sin embargo parecían conocer como si fuera su propio lugar de origen. Así es como se dispersaron para encontrar una forma alternativa de entrar a aquella casa que albergaba el motivo de su nocturna travesía, pero sus planes se vieron frustrados pues sorprendentemente aquella casa no poseíai ventanas ni ninguna otra puerta aparte de la de la fachada. Es decir, no había forma de entrar a menos que el inquilino que todos esperaban encontrar adentro se despertara y les abriera la puerta.
De pronto las luces de las otras casas comenzaron a encenderse, y los vecinos a levantarse. El pánico se apoderó de los misteriosos caminantes y supieron en ese mismo momento que sólo poseían una posibilidad para cumplir con éxito su objetivo: gritaron con todas sus fuerzas para alarmar al habitante de la vivienda infranqueable, y justo antes de que los habitantes de aquel barrio se asomaran por las ventanas de sus casas o salieran a ver qué ocurría, la puerta finalmente fue abierta por un hombre anciano que les permitió entrar sin ser vistos.
Aquel grupo de personas había logrado la primera etapa del propósito que cimentaba su existencia, pero a partir de ese momento les aguardaba una ardua espera en el interior de aquella casa sin salida. Y eso mismo es exactamente lo que se encargó de confirmarles el hasta ahora único ocupante, quien por su aspecto parecía como si llevara toda una vida aguardando por ese momento. Y es que finalmente podía contar la historia que ahora lees pero que aún dista mucho de terminar.
Y la razón por la que cuento todo esto es bastante simple, tal como la misión de mis ahora acompañantes. Mi único propósito es ese, pues tal como todos los otros residentes de esta ciudad solo existo para cumplir un objetivo: narrar el relato de los oscuros pensamientos que avergonzados escapan de la luz del sol y buscan desesperadamente un refugio en el cual esconderse de los otros ciudadanos, esperando la llegada de sus semejantes que les permitirán desprenderse del peso que acarrea a su espaldas y perder el miedo, cuya llegada será tan repentina como la de cualquier otro caminante que ingresa a La Ciudad de Los Pensamientos.

sábado, 23 de octubre de 2010

Curiosidad

El sonido del tren aproximándose a toda velocidad, el cartel de peligro, el ruido que hacen los pasajeros y una mirada fija dirigida a los rieles bajo el andén… surge entonces una curiosidad que solo se puede intentar satisfacer una vez, al mismo tiempo que el momento se empieza a convertir en pasado y las luces del carro se deslizan por la estación mientras éste se detiene.

Y entonces la curiosidad es apaciguada para renacer con más intensidad el día siguiente.

Olvidadizo

El día del señor Pérez comenzó como cualquiera: levantándose a las seis, con un apurado café para despertar y un beso a su esposa y su pequeño hijo antes de subirse al auto y recorrer las calles donde los santiaguinos malhumorados vociferaban contra el conductor de adelante como si éste fuese el causante de todos sus problemas.

Entre todo el alboroto de pronto el señor Pérez se sorprendió al percatarse de que él también estaba gritando y dando bocinazos… En ese mismo instante recordó que se le había quedado la educación en casa, y tuvo que devolverse a buscarla.

La Línea

Siempre me he preguntado si alguno de entre todos los pasajeros que escucha día a día el típico ¡No pase la línea amarilla! alguna vez ha pensado que el asistente de andén lo dice para evitar que la gente cuerda cruce hacia la locura.
De todos modos, creo que soy el único que piensa sobre eso. Quizás en el momento adecuado no alcancé a escuchar la advertencia, y es por eso que ahora la gente me mira un poco raro.

Cada vez que me encuentro en el ajetreo del andén me pregunto si alguno de entre todos los pasajeros que escucha día a día el típico ¡No pase la línea amarilla! alguna vez ha pensado que el asistente lo dice para evitar que la gente cuerda cruce hacia la locura.
No sé qué cara debo poner cuando medito sobre eso, porque la gente me mira un poco raro.

Pozas

La lluvia recién caída dejó espejos multiformes esparcidos por todas las calles. La mayoría de los pocos caminantes que transitaban mojados a esa hora los ignoraban, mientras que algunos los miraban de soslayo y los menos se detenían y contemplaban con curiosidad las imágenes que proyectaban.

Éstos últimos, tras observar un rato, seguían con su trayecto meditando si el reflejo presenciado era lo que esperaban ver mientras el sol comenzaba a sonreír entre las nubes.

viernes, 23 de abril de 2010

Aclarecer

Hay imágenes que marcan a una persona para siempre, escenarios que una vez vividos no logramos olvidar aunque lo quisiéramos, por que el simple hecho de haberlos presenciado ya conlleva un significado que podemos tardar mucho en entender. La manera en como reaccionemos ante aquellas imágenes forja nuestra forma de ser, más aún frente a aquellas presenciadas en la infancia.

Tal es como le ocurrió a Javier Cofrey, quien cuando tenía solo once años de edad vio algo que jamás abandonaría su mente cada noche que tratara de cerrar los ojos para dormir por el resto de su vida.

Era la primera noche de sus vacaciones de invierno en aquel no tan remoto año. Al día siguiente se iría a una casa en las montañas con su familia, con todos sus preparativos listos. Sus padres se encontraban con invitados en el primer piso cuando él ya había apagado todas las luces y se encontraba acostado en su reconfortante cama, mientras afuera comenzaba a caer la lluvia de forma torrentosa. Pensaba en los planes que trazaría para las semanas venideras: las excursiones a los bosques y las montañas, la nieve que aún desconocida, la chimenea en los días más fríos y las innumerables aventuras y juegos que compartiría con sus primos.

Contemplaba el techo mientras imaginaba éstas y muchas otras formas las que se iba a divertir, cuando sus ojos por casualidad se posaron en la ventana de su cuarto situada justo frente a él y de la cual había olvidado cerrar las cortinas. Repentinamente todos sus pensamientos fueron interrumpidos, sus sentidos agudizados y el tiempo pareció detenerse. Sus ojos se quedaron fijos ante la escena que de súbito se había materializado ante él.

Apoyada en el marco, ocupando casi toda la ventana y contrastando con la pálida luna llena de aquella noche se erguía la figura de una criatura indescriptible, que en caso de que se pudiera caracterizar jamás causaría al lector el mismo efecto que tuvo sobre Javier.

Era imposible detallar la forma de aquel ser. Lo único de lo que podía estar seguro era de que algo había en la ventana, pero no de cómo era ese algo ni mucho menos qué se encontraba haciendo ahí. A grandes rasgos lo que se podía decir de aquella aparición era que poseía una silueta con proporciones humanas y de un color grisáceo. Al final de sus largas extremidades parecía poseer fuertes garras, sumadas a un par de intimidantes alas que nacían de su parte trasera y se extendían más allá de la ventana. Todo era extremadamente ambiguo debido a que se confundían los contornos con la penumbra que proyectaba aquel ser sobre la habitación al tapar las luces.

Lo más impactante de aquella criatura era la rigidez con que mantenía su posición y el hecho de que no hacía más que mirar fijamente a Javier, con un par de ojos que desprendían un brillo rojizo y parecían clavarse en los propios del niño como si estuvieran buscando algo en sus pupilas.

Javier no supo qué hacer en ese momento. Sentía algo, pero no era miedo. Tampoco pudo pensar en nada: solo se limitó a devolverle la mirada a aquella criatura. Por un momento le surgió la duda de que podía ser un producto de su propia imaginación, pero descartó esa idea pues jamás sería posible de evocar una imagen tan impactante como aquella ni de producir un sentimiento tan inexplicable como el que experimentaba.

Pensó también que quizás podía ser una broma de alguien, pero era lo más absurdo pues la lluvia afuera era intensa y no conocía a nadie en los alrededores que pudiera desear hacerle eso.

Estaba presenciando algo que jamás pensó que fuera posible, y sin embargo ahí lo tenía frente a sus ojos. No fue capaz de ejercer un solo movimiento ni emitir sonido alguno mientras su mirada se cruzaba con la de aquel ser. Tras unos momentos solo pudo atinar a cubrirse enteramente con las sábanas para interrumpir el contacto visual, y trató de quedarse dormido sabiendo que la criatura seguía frente a él y en cualquier momento lo podría atacar sorprendiéndolo desprevenido si lo deseara.
Pasaron interminables segundos, eternos minutos e infinitas horas hasta que finalmente se quedó dormido, aún con aquel sentimiento que no era capaz de describir. Aquella noche no tuvo ningún sueño. Tampoco pesadillas.

Al día siguiente abrió los ojos pensando que aquel ente seguiría en la ventana contemplándolo, pero al destaparse las sábanas ya no seguía ahí. Todo parecía normal, como cualquier día de vacaciones, y no le comentó a sus padres lo presenciado la noche anterior, pues sabía que no lograría nada al hacerlo ya que no sería capaz de relatar la situación ni de transmitir unos sentimientos que le resultaban imposibles de describir. Se decidió a pensarlo por unos días, pues necesitaba entender que era aquello que había experimentado y más aún la extraña sensación que le produjo la mirada de esa criatura.

En los días que siguieron, sin embargo, tampoco pudo ser capaz de entender nada de lo ocurrido. Finalmente se terminó convirtiendo en un secreto, el cual reveló a una sola persona en su debido momento. Esta frustración terminó por distanciarlo de los demás, ya que sentía que jamás sería capaz de transmitir sus sentimientos. Un vacío surgió en su interior, el cual lo llevó a decidirse por sobre todas las cosas a finalmente lograr explicar y describir aquella escena que nunca olvidaba, para de esa manera poder suplirlo.

Fue así como se adentró en el mundo de los libros y las palabras en la búsqueda de las adecuadas que parecían inexistentes. Con el pasar de los años tampoco las halló, pero fue como gracias a esto llegó a convertirse en profesor de lengua, con el objetivo de poder evitar que sus alumnos sintieran como él aquella sensación de no poder comunicar sus sentimientos.


A medida que transcurrió el tiempo fue adquiriendo más experiencia y le tocó ser el profesor principal de un curso de quinto año, compuesto por una veintena de niños. Era de especial significancia para Javier el tener aquel curso, pues los alumnos tenían la edad que él tuvo aquella noche que una imagen cambió su vida. Como maestro se desempeñaba bien y era apreciado por aquellos a quienes enseñaba, pues se preocupaba por ellos y en la medida de lo que fuera posible hacía todo lo que podía para enseñarles a expresarse y evitar que sientan los tormentos de imágenes que nunca lograrían entender.

Al final de aquel año organizó junto a sus alumnos un paseo en el que se empeñó por que asistieran todos. Al ser estimado por ellos logro convencerlos, asegurando de que era una excelente oportunidad para poder compartir en armonía y tener instancias para conocerse mejor.

Hubo solo un alumno que no logró convencer, llamado Dan. De entre todos sus estudiantes él era el que más le preocupaba, pues siempre se mostraba distante y en numerosas ocasiones había sorprendido a un grupo que lo molestaba constantemente y que casi siempre pasaban sin advertencia. A decir verdad, le recordaba mucho a él mismo.

Su reticencia a asistir a aquel paseo era comprensible, pensó Javier, pero un día habló a solas con él y le prometió que se encargaría personalmente de que no le molestaran. Le aseguró que su intención era poder acercar un poco más a todo el grupo de alumnos entre sí, y de esa manera quizás lograría que no lo volvieran a molestar. Finalmente Dan accedió a ir, con sus dudas siempre latentes pero confiando en las palabras del profesor.

Tras los numerosos preparativos que incluían entre otras cosas autorizaciones, organización y el compromiso de dos padres para asistir junto al profesor, finalmente salieron con rumbo a unas cabañas cerca de un lago y un bosque que parecían el lugar perfecto para incursiones de ese tipo, donde además se podría encontrar a otros grupos similares con los que interactuar.

El viaje consistiría en unos cinco días, donde el centro recreacional al que asistían tenía organizadas algunas actividades ideadas especialmente para ocasiones como aquellas. Los primeros días transcurrieron con normalidad, sin ningún hecho digno de mención.

Este paseo carecería de importancia si no fuera porque hubo una noche donde inesperadamente Javier Cofrey comprendió el pleno significado de por qué había llegado a convertirse en profesor y le encontró un significado trascendental a por que se encontraba ahí.

Fue la noche del cuarto día. Tras revisar que todo se encontraba en orden y que no habría nada de qué preocuparse, se percató de que un grupo de niños que no pudo reconocer se dirigía a una de las cabañas donde dormían los alumnos. Le pareció muy extraño porque ya había verificado que todos estuvieran en sus respectivos dormitorios, por ende aquel grupo no podría haber pertenecido a estudiantes de su curso, a menos que de alguna forma hayan logrado escabullirse.

Javier notó que en aquel momento no había nadie más por los alrededores aparte de él y el misterioso grupo, por lo que se decidió a seguirlos para ver que tramaban. Mayores preocupaciones no cruzaron por su mente pues al tratarse de niños de once o doce años no podía ser nada grave, lo más probable que algún tipo de broma que al menos él iba a tratar de evitar.
Al acercarse a ellos, antes de que pudiera hacer notar su presencia y llamarlos vio como entraban a una habitación que en aquel momento recordó que pertenecía a Dan. Esto lo alertó puesto que de todos sus alumnos, él era siempre la víctima de las bromas más pesadas.

Rápidamente los siguió y pretendía sorprenderlos antes de que pudieran llegar a hacer nada sospechoso, cuando tras entrar a la habitación en la que los misteriosos niños habían ingresado unos instantes antes se percató de que ésta estaba vacía. No había nadie a excepción de Dan que se encontraba despierto y no le prestó ninguna intención, pues tenía los ojos fijamente clavados en la ventana frente a él, abierta debido a que era una noche calurosa. Javier siguió su línea de visión hasta que su mirada se encontró con la imagen que su alumno contemplaba.

Aquella ventana, más que mostrar el paisaje nocturno, revelaba el panorama interno de la mente del joven profesor. Y es que entre los marcos estaba exactamente la misma imagen que había contemplado años atrás y que jamás había podido ser capaz de describir, a pesar de que nunca dejaba de pensar en ella.

Frente a ambos, alternando su mirada, se encontraba la criatura indescriptible.

Javier no fue capaz de reaccionar de ninguna forma, tal como la primera vez. Solo se quedo ahí contemplándola fijamente, mientras a su cabeza afluían un sinfín de interrogantes acerca de aquel ser: ¿qué era?, ¿por qué lo miraba fijamente?, ¿qué podía hacerle?

A pesar del aspecto terrorífico de la criatura en ningún momento tuvo miedo de que lo atacara. No… su temor era distinto. Un pensamiento fugaz cruzó su mente, mientras el efímero choque de miradas con aquellos ojos de brillo rojizo se vio interrumpido al encenderse repentinamente la luz de la habitación, encandilando a Javier y obligándolo a cerrar sus ojos.

Al abrirlos, la figura de la ventana ya no estaba. La forma como habría desaparecido, a pesar de ser intrigante, en aquel momento no tenía ninguna importancia. Lo realmente relevante es que al encenderse aquellas luces la habitación en que estaban no fue la única en aclarecer, sino que también en aquel momento la oscuridad de las dudas en la mente de Javier se disipó. Fue entonces cuando Javier entendió con absoluta claridad el significado de lo que había presenciado ya en dos ocasiones.

Comprendió que jamás podía estar seguro de si existían o no aquellos seres indescriptibles, pero de lo que si podía estar seguro es que siempre habrá gente que insertará ese tipo de imágenes en la mente de las personas sin saber el daño que se causa. Javier, que desde pequeño fue testigo de cómo especialmente los niños pueden sufrir esto, comprendió que la verdadera razón por la que era ahora un profesor consistía en evitar que sus alumnos jamás sufrieran las consecuencias irremediables de contemplar esas imágenes. Porque el mayor miedo que se puede experimentar en cualquier situación está lejos de ser el temor a la muerte, sino que a la posibilidad de que aquella instancia se quede grabada en nuestra memoria para siempre y jamás deje de quitarnos el sueño.

Estaba absorto en aquella idea hasta que recordó que no estaba solo en esa habitación, y al voltearse se dio cuenta de que fue Dan quien había encendido las luces.

No parecía manifestar temor alguno, y su semblante más bien reflejaba tranquilidad. Aquel niño, que ahora había experimentado lo mismo que el, tuvo una reacción muy distinta. Algo había cambiado en él… su mente también tuvo aclarecer. Ahora no se arrepentía de haber asistido a aquel viaje, puesto que a pesar de ser el niño que siempre era objeto de las bromas y creer que todas las personas pueden ser malvadas, el contar con el apoyo del profesor en aquella escena que jamás abandonaría su mente le hizo darse cuenta de que si es posible encontrar al menos una persona con la que siempre se pueda contar en aquellas situaciones que siempre serán recordadas.

Aquella noche no se dijeron muchas palabras, pero tanto profesor como alumno pudieron descansar tranquilamente como en mucho tiempo no lo habían hecho. Nunca se encontró al grupo de niños que había entrado en la única habitación que se iluminó aquella noche.



Muchos aspectos de esta historia los he ido reconstruyendo de a poco. La he terminado hoy tras numerosas conversaciones con el profesor Cofrey, con quien aún tengo una gran amistad y gracias a quien me pude convertir en sicólogo.

Jamás olvidaré aquella imagen indescriptible, mezcla a la vez de terror y expectación. No sé si en este mundo existen cosas sobrenaturales, pero de lo que estoy seguro es que vimos aquella criatura y que una imagen grabada en la mente puede quitar el sueño por su horribilidad como a la vez es capaz de llevar a cuestionarnos sobre el significado de lo presenciado y sacar a relucir lo mejor de nosotros.